“inicio”—así, en minúsculas, como si estuviese en medio de una oración—da cuenta del itinerario estético que Sylvia Fernández traza con este nuevo conjunto de obras; un itinerario que se exhibe tanto como se encubre a lo largo de su trayecto.

En esta exposición, una serie de pinturas figurativas de pequeño formato entra en diálogo con una serie de piezas tridimensionales, más bien abstractas y parecidas a un fardo, en las que la artista ha envuelto objetos que apenas adivinamos. Estéticamente, estos polos figurativo y abstracto convergen en su “primarización” formal: las pinturas simplifican las formas en planos de color, sintetizan las relaciones de contraste (predominantemente entre el blanco y el negro) y recrudecen su matericidad, haciéndola tangible. Las monocromas piezas tridimensionales, de contornos aparentemente simples y de manufactura sencilla, recalcan la topografía de sus abultados volúmenes. De este modo, la atención sensorial se desplaza de lo visual a lo táctil, al amparo de un velado erotismo cultivado en el proceso mismo de generación de estas formas, texturas y superficies.

La narrativa de la muestra “inicio” se centra en la idea de proceso creativo y de la creación-como-proceso, donde sus obras-en-diálogo aluden a estadios fluctuantes de definición imaginaria y sensorial, conceptual y perceptiva, dentro de dicho proceso creativo.

Aquí lo interno y lo externo se entremezclan. Por una parte, Fernández tiende un puente conceptual entre lo exterior—graficado en las pinturas en tanto representaciones figurativas del entorno—y lo interior—evocado en el aspecto informe y visceral de las piezas abstractas—. Pero, a su vez, las pinturas retratan sus propias demarcaciones interior/exterior (casa/paisaje; personaje/entorno; rostro/boca; luz/sombra), así como los bultos son el resultado imponer dicha frontera a modo de membrana: una serie de objetos de uso, digamos “externos”, han sido “internalizados” físicamente como el contenido de las piezas.

Un universo de objetos biográficamente próximos a la artista, previamente clasificados y agrupados cual documentos vitales, se encuentra enquistado en estas obras. Así, la artista conjura espacios introspectivos que se delinean y se desdibujan, reafirmando el acto creativo como un proceso de reelaboración y de reciclaje, incluso. A través de estas piezas—de estos fardos—Sylvia Fernández opta por la fagocitación como proceso de archivo, que hace del vientre-sin-cuerpo que alberga su colección de auto-souvenirs (los “fardos”), su inexpugnable documento. Lo interno y externo en relación dialéctica.

De hecho, el significado mismo de estas obras emerge del encuentro entre lo interno y externo, que Fernández orquesta trabajando en el espacio limítrofe entre ambas categorías. Es decir, se alimenta de ambos márgenes (apelando a la etimología del término limitrophus). De ese modo, ambos polos convergen en el sentido forjado por estas piezas: la existencia de un contenido “latente” y, más aún, resueltamente encubierto, es el contenido “manifiesto” e impasiblemente declarado de la obra de la artista. “Algo está gestándose aquí”, parece decirnos a manera de desafío.

Aunque la idea de un proceso de gestación emerge como la metáfora primordial de la creación en esta exhibición, no obstante, hay en juego un desplazamiento estético y semántico que altera (¿alitera?) este tropo visual: lo que brota se confunde aquí con lo que se bota. Evocaciones uterinas e intestinales, procreativas y excretorias. Purga y renacimiento. Pero un re-nacimiento es por necesidad una metamorfosis. Hay, pues, de metamorfosis (artística) y de catarsis (personal) en esta exhibición.

¿Pero cuál es esta metamorfosis de la artista, que escolta también una catarsis? La artista no lo dice, pero evidencia que ésta demanda adoptar lo informe como uno de sus estadios—lo que presupone un cambio de registro conceptual y estético y, correlativamente, emplaza otro tramado de referencias arte-históricas—. En este recorrido de lo interior a lo exterior y viceversa, como si se tratase de una cinta de Möbius cuyo exterior e interior son una y la misma cara, Sylvia Fernández nos muestra que la crisálida es también una mariposa.

Max Hernández Calvo

Octubre 2010